Preocupaciones sobre Arte y su contexto

sábado, 19 de septiembre de 2009

Se pregunta Sloterdijk: “¡El Arte abandona la galería! ¿A dónde va?”




No pretendo dar tan pronto una respuesta a esa pregunta, sin embargo, me gustaría hablar de una experiencia personal, que sin tan siquiera proponérmela yo como artista, se dio, y quizá temprano.

Ya había leido en algún lado que el andar por ahí de las obras tiene algo de contingente. Y qué puede ser más azaroso que exponer obras propias en un lugar tan ajeno al mundillo artístico como lo es la penitenciaría nacional de Tacumbú. No fue una acción artística programada, ni auspiciada por autoridades, ni siquiera una performance, ni tuvo la intencionalidad de una muestra publicitada, con prensa y demás factores del mass media. No se repartieron invitaciones, no hubo vino y bocaditos ni asistió gente por compromiso. Sin embargo, las reflexiones provocadas en el receptor fueron infinitas veces más interesantes que cualquier otra percepción descabellada que haya tenido oportunidad de escuchar antes.

Como ayudante en un taller de estampaciones, tuve la oportunidad de explicar la técnica del transfer a un grupo selecto de quizá 25 internos del penal. Para la ocasión, preparé un usual Power Point con fotografías de distintas búsquedas personales en el terreno artístico; ya ahí recibí con sorpresa el entusiasmo que despertaron las obras, y sin muchos preámbulos, no me preguntaron si podía, sino que directamente me pidieron que la próxima clase, por favor llevara mis obras, aunque sea alguna, para poder apreciarla realmente, tocarla, sentirla, ya que en la pantalla no podían imaginarse de verdad cómo eran. Entonces se dio: enrollé una de las obras más grandes y significativas que tenía con la técnica del transfer (236x185cm) y la llevé a Tacumbú en un día normal del taller, y sin decir nada a nadie colgué la tela. Poco a poco fui viendo el acercamiento de algunos hombres, seguido de unos minutos de contemplación y luego una especie de debate o conversación animada entre ellos preguntándose qué hacía primero, si tiraba la pintura o transfería el dibujo al comienzo, qué significaba o qué era lo que veían. Al aproximarme para escuchar mejor, traté de contestar a todas las preguntas que me hicieron, sin sentirme en un interrogatorio falaz, como en muchas ocasiones se da en las galerías. Primero hubo una preocupación por la técnica, luego por la forma, hasta llegar al contenido y las posibles implicancias de una obra, ya no solo de esa que estaban viendo sino del arte en general.

La obra no estaba triste. La obra no estaba en venta. La obra adquiría significado con la suma de miradas e interrogantes que surgían en torno suyo. Por primera vez no estaba ante el regular público arte-fan sino en un taller nido de fuertes emociones y cuna reveladora de grandes talentos. Sin luces adecuadas, el lienzo cuasi torcido pudo, no obstante, despertar mayor interés que en condiciones óptimas para su exposición. Simplemente el receptor no se mostró pasivo, sino que inició un diálogo con la obra, con el artista, con los demás receptores y consigo mismo.

Ya en una oportunidad anterior (casi un año antes) había participado de una intervención urbana colectiva, en el microcentro de Asunción. Presenté una instalación. Desde mi espacio observador, pude notar a un público no muy interesado en la muestra. Había sido esta una oportunidad excelente para preguntarme cuál era el sentido de llevar el arte fuera de las galerías, si el interés provenía solamente de las mismas personas que de hecho asistían regularmente a toda vernissage que fuera pubicitada; el otro receptor, el que ya por algo no invierte tiempo y energías en visitar una muestra, se mostró por lo general indiferente a lo que en la plaza sucedía.

Se pregunta Sloterdijk: “¡El Arte abandona la galería! ¿A dónde va?”. Y yo le contesto que no lo se, pero afirmo que tras las rejas materiales pueden gestarse los pensamientos más liberadores y estimulantes en torno a eso que a veces queremos llamar arte.